El término Globalización resulta muy difícil de definir
exactamente, aunque podríamos empezar por tomar lo dicho por Bruno Podestá en
el Seminario Globalización y Políticas de Integración para la Sociedad Civil,
realizado en la ciudad de Montevideo en el año 1997, de acuerdo con lo cual
diríamos que la globalización es "... un concepto en proceso de elaboración,
pero referido a un fenómeno -o conjunto de fenómenos económicos, sociales,
políticos y culturales-, cuya consideración no puede ser dejada de lado al
analizarse los procesos de integración regional y subregional. De lo expresado
anteriormente, se desprende que la conceptualización del término globalización
apunta a tratar de describir lo que sucede en la actualidad en las sociedades,
en las cuales se estás dando diferentes y acelerados cambios, en todos los
niveles, con la finalidad de integrarse y obtener una sociedad global a nivel
mundial, en la cual la figura del mercado cobra importancia y las políticas
cerradas pierden campo cada día, en la cual las políticas sean comunes y como
consecuencia de éstas el desarrollo obtenido sea en bienestar de todos los que
vivimos en esta sociedad globalizada.
Muchos se preguntan el porqué del auge de la idea de la
globalización y porque se desarrolla en la sociedad mundial, y es importante
resaltar que es el resultado de un cambio en la mentalidad de todas las sociedades
en general, los cambios en el campo de la política han sido muy importantes,
dejando de lado regímenes como los socialistas o comunistas, los cuales estaban
orientados por una voluntad política y social, para dar paso a otro sistema o
modo de desarrollo, en el cual el mercado mundial es el que dirige casi
totalmente las transformaciones al interior de cada nación. Podríamos ir más
allá, al considerar al mercado, no sólo como un asunto de comercio, sino
ampliar el término al de escenario mundial, con esto lo que queremos decir es
que la globalización cubre un campo mucho más amplio y complejo que el ámbito
económico, se trata entonces de un fenómeno social, político y cultural.
En el mismo orden de ideas, es importante dejar establecido
que en el ámbito político, con el colapso absoluto y la caída del comunismo y
de las formas estetizantes, el liberalismo y las democracias se fueron
extendiendo rápidamente, esta situación se tradujo de una manera bastante clara
a través del fenómeno de las elecciones democráticas libres y transparentes,
proceso no conocido en esta clase de estados, y aunque no es la única
característica que establece la democracia es una situación que confiere a los
ciudadanos la sensación de que los asuntos nacionales se conducirán de acuerdo
a los intereses mayoritarios del pueblo, lo cual representaba un cambio
sustancial.
La regulación tomando como punto de partida al mercado
mundial, no significa necesariamente desarrollo, ya que en el mercado no hay
ninguna solución por si sola, es únicamente una situación a partir de la cual
se toma una buena o mala decisión, la cual algunas veces tendrá resultados
positivos y otros negativos.
Como ya hemos dicho anteriormente las políticas a aplicar en
los diferentes países son muy importantes en el proceso de globalización, estas
se pueden traducir en las negociaciones tendientes a remover las barreras que
separan a los estados y la armonización de las prácticas, instituciones y
regulaciones nacionales distintas, esta armonización de las regulaciones es
muchas veces una consecuencia de las presiones ejercidas por el mercado, aunque
también en otros casos lo que hace es promover y acelerar el proceso de
globalización. De este modo, las decisiones o acontecimientos que tienen lugar
en la economía de un determinado país influyen en la de otro, existe una
interdependencia a nivel de macroeconomías, estas decisiones a su vez generan
lo que se conoce como externalidades, las cuales algunas veces son cuestionadas
por otros estados que tienen mayor influencia, que se sienten capaces de opinar
y expresar sus preferencias considerándolas superiores y universales, esto da
origen a un proteccionismo ejercido por los estados industrializados, sobre
aquellos estados en desarrollo, situación que es muy cuestionada porque
considera que hay un exagerado intervencionismo en las políticas nacionales.
Estamos ante un proceso de integración profunda en el plano
de las políticas nacionales, las cuales se desarrollan en diferentes temas y
ámbitos, como por ejemplo la extensión de las reglas internacionales en el
campo del comercio, la inversión, el acceso a los mercados de los
inversionistas internacionales, buscando modificar las políticas nacionales que
puedan tener un trato discriminatorio a los internacionales, buscando un trato
igual para nacionales e internacionales y de este modo eliminar todo aquello
que pueda significar una ventaja competitiva injustificada de alguno de los
agentes, es por esta razón y de acuerdo con el problema que genera el
proteccionismo e intervencionismo del que hablamos anteriormente, que se debe
precisar la extensión y determinar el carácter instrumental con el que se
actuará en este proceso de uniformidad, asimismo, analizar y tomar en cuenta
los costos y beneficios de esta reducción de la diversidad. El presente aspecto
es bastante delicado, ya que se debe considerar donde termina esa ventaja
injustificada para dar paso a una ventaja que probablemente en algunos casos
sea justificada, ya que no se debe olvidar que existen prácticas nacionales que
son consecuencia de preferencias legítimas.
América Latina no se incorporó
desde un inicio a la ola globalizadora, ya que mantuvo su política
proteccionista hasta la primera mitad de la década del ochenta. Dentro de la
gran reforma estructural posterior encarada por los países de la región, uno de
sus instrumentos fue la apertura económica, orientado a mejorar la eficiencia
productiva, incrementar la competitividad en el mercado interno y servir como
control a los precios internos. En forma paralela, hubo una redefinición del
papel y funciones del Estado, disminuyendo significativamente sus actividades
productivas e intervencionistas, y concediendo al mercado la función de
asignador de recursos; al mismo tiempo, la estabilidad de precios se constituyó
en condición indispensable para el desarrollo económico, pasándose del
descontrol fiscal y monetario a una disciplina presupuestaria estricta.
Finalmente, se impulsó una mayor eficiencia económica, fomentando la competencia
en los mercados internos, desmantelando barreras a la entrada de bienes y
oferentes y eliminando subsidios.
Sobre el particular, el SELA(188)
indica que en la década del noventa los países de la región dieron inicio o
profundizaron varias reformas institucionales de carácter interno y de alcance
internacional. Entre las reformas a las políticas nacionales, el traspaso de
empresas estatales a empresas privadas nacionales e internacionales, que empezó
como una modalidad de disminución de la deuda externa y de reducción del
déficit fiscal, se convirtió en uno de los soportes de las reformas
estructurales promovidas en la región. Igualmente, a través de modificaciones
legislativas muy favorables se abrieron a la inversión privada directa,
principalmente extranjera, sectores anteriormente reservados al Estado y se
establecieron distintas formas de relación entre el sector público y los
particulares que favorecían la participación privada en nuevas áreas. La
apertura al comercio exterior constituyó una de las políticas de mayor impacto
para el funcionamiento de las economías de la región y para su inserción en los
mercados internacionales. La rebaja de los niveles arancelarios y la
simplificación de la estructura tarifaria por casi todos los países de la
región se acompañó de la eliminación de prohibiciones y restricciones
cuantitativas, lo cual condujo a una dinamización de las exportaciones e
importaciones.
Mortimore, Vergara y Katz(189)
señalan que una consecuencia evidente del proceso de globalización en la región
durante los últimos años es sin duda el relativo fortalecimiento de las
empresas extranjeras y el debilitamiento de las estatales. En efecto, las
empresas transnacionales incrementaron su presencia en América Latina;
consolidaron su inserción en el sector manufacturero, especialmente en la
industria automotriz, y aumentaron su participación en las exportaciones
regionales. En el sector de los servicios, se valieron de los procesos de
liberalización, desregulación y privatización para ingresar con fuerza en áreas
anteriormente prohibidas a la inversión extranjera directa. Dentro del grupo de
las mayores empresas de la región, el aumento de las transnacionales concordó
con la desaparición relativa de las estatales y el estancamiento de las
empresas nacionales privadas. Aspectos que condicionan un verdadero proceso de
transnacionalización en la región, convirtiendo a estas empresas en los agentes
económicos dominantes.
Al respecto, indican que durante
la década del noventa, de las 500 mayores empresas de acuerdo a sus ventas
netas, el número de empresas extranjeras aumentó de 149 a 230 y su
participación en las ventas totales se incrementó de 27.4% a 43.0%. Las
empresas estatales disminuyeron de 87 a 40 y su participación en las ventas
cayó de 33.1% a 18.7%. Las empresas privadas nacionales se redujeron de 264 a
230 y su participación en las ventas disminuyó de 39.4% a 38.2%.
Según Ffrench-Davis, la
globalización ha uniformado los patrones de consumo, pero no los niveles. En
efecto, el ingreso promedio de un latinoamericano es cerca de 80% menor que el
de un habitante típico de los países desarrollados; como la desigualdad
regional es mayor, buena parte de la población en sectores medios y bajos de
nuestros países se halla aún más lejos de su contraparte en las naciones desarrolladas.
América Latina, de acuerdo a
Boye(191), es objeto de un proceso de segregación más que de integración en las
nuevas condiciones de la globalización, siendo un ejemplo claro de esta
situación su participación en el comercio mundial. En 1960 la región contribuía
con 8% del comercio mundial, que fue disminuyendo de forma constante hasta
alcanzar el 4% en 1995 y el 5% en el 2000.
Información adicionalsobre
la cuestión menciona: “A pesar de las reformas neoliberales que orientaron las
economías de la región hacia el exterior en los últimos 20 años, entre 1970 y
2005 el comercio mundial de América Latina ha decrecido. En 1970, el comercio
latinoamericano representaba 5% del total global y 35 años después era casi de
1 punto porcentual neto, indica un informe del Fondo Monetario Internacional
(FMI)”.
Según Ocampo, las altas
tasas de crecimiento prometidas por la globalización resultan ser un espejismo.
En América Latina, la región en donde más se ha avanzado en el proceso de
reformas, en los años noventa el crecimiento fue de solamente 3.2% anual, ritmo
significativamente inferior a las cifras registradas en el transcurso de las
tres décadas de industrialización liderada por el Estado (entre los años
cincuenta y setenta) de 5.5% por año.
Particular que es reforzado por
la siguiente información:
En el último cuarto de siglo
(1980 a 2005) el crecimiento en América Latina y el Caribe ha sido el más bajo
entre todas las regiones del mundo: solamente 2.4% anual. La tasa promedio del
PIB mundial ha sido 3.4% anual; en los países desarrollados 2.8%; en Asia 7.1%
(en China 9.5%); en Oriente Medio 3.5%; y en África 2.8%.
Esa tendencia continúa en los
años más recientes. Durante lo que va del presente siglo, todas las regiones
del mundo en desarrollo crecen por encima del promedio mundial (3.8% anual),
excepto América Latina y el Caribe. Asia ha mantenido tasas elevadas de
crecimiento (7.3%); también se ha acelerado el ritmo de progreso económico en
Medio Oriente (5.1%) y en África (4.4%). Solamente en América Latina y el
Caribe el crecimiento promedio sigue preocupantemente bajo (2.5% anual),
inferior al promedio del PIB mundial y apenas por sobre el crecimiento
alcanzado por las economías desarrolladas en ese período (2.1% anual).
Al introducir las variables
demográficas y el peso de los valores absolutos sobre los que se aplican las
tasas de crecimiento, la comparación del dinamismo económico de las regiones en
desarrollo con los países industrializados da resultados altamente
preocupantes. En 1980 el PIB por habitante en América Latina y el Caribe era
más de la mitad del promedio en los países industrializados (55%), pero en 2004
ya es solamente una tercera parte (35%). En Oriente Medio, la caída fue de 44%
a 28% y en África cayó de 18% a 10%. Incluso en Asia, a pesar de que el PIB por
habitante ha crecido aceleradamente, su nivel sólo alcanza al 17% del PIB por
persona de los países desarrollados.
En este orden de ideas, es
importante resaltar el hecho de que el panorama social de la región es crítico.
Como afirma Vacchino(195), los efectos negativos de la globalización acentúan
las profundas fallas estructurales que existen en los países de la región y que
se exteriorizan en una realidad secular de pobreza, exclusión y desigualdad
social.
En efecto, la CEPAL(196)
manifiesta:
- No obstante los logros en
materia de mejoramiento de las condiciones de vida de la población
latinoamericana y de los significativos avances en el incremento y protección
del gasto público social, la pobreza afecta a más personas que antes, fenómeno
que ha sido reforzado por la persistente desigualdad en la distribución del
ingreso y por las características del desempeño del mercado laboral. El mercado
de trabajo no ha sido capaz de incorporar la mano de obra a la economía formal,
aumentando la informalidad y el desempleo.
- A finales de los noventa, la
pobreza en América Latina afectaba al 35% de los hogares, en tanto que la
indigencia o pobreza extrema alcanzaba al 14%. En términos del volumen de
población en situación de pobreza, éste ascendía en 1999 a poco más de 211
millones de personas, de las cuales algo más de 89 millones se encontraban bajo
la línea de indigencia.
- Alrededor de 1999, la desigual
distribución de los ingresos continuaba siendo un rasgo sobresaliente de la
estructura económica y social de América Latina, valiéndole ser considerada la
región menos equitativa del mundo. La distribución del ingreso en la región
resalta en el contexto internacional, principalmente por la elevada fracción de
los ingresos totales que reúne el 10% de los hogares de mayores recursos (30%),
en contraposición, la fracción del ingreso recibida por el 40% de los hogares
más pobres es muy reducida (entre el 9% y el 15% de los ingresos totales).
- Durante la década del noventa,
más de 10 millones de personas engrosaron las filas de la desocupación, la cual
alcanzó en 1999 al 8.6% de la fuerza de trabajo a nivel regional (poco más de
18 millones de personas), en contraste con el 4.6% de 1990. A la falta de
dinámica del mercado de trabajo contribuyeron tanto la disminución del papel
del Estado en la generación directa de puestos de trabajo como la
reestructuración del sistema productivo, en particular en los sectores primario
y secundario, mismos que registraron una pérdida de participación en el empleo,
mientras que la generación de nuevos puestos de trabajo se concentró en
actividades terciarias, cuya modernización progresiva sobre la base del uso
intensivo de nuevas tecnologías hace prever una menor capacidad de generación
de puestos de trabajo en el sector estructurado o formal.
Información más reciente
proporcionada por la CEPAL(197) correspondiente al año 2006, indica que en ese
año un 36.5% de la población de la región se encontraba en situación de pobreza
y la extrema pobreza o indigencia abarcaba a un 13.4% de la población, por lo
que, el total de pobres alcanzaba a 194 millones de personas, de las cuales 71
millones eran indigentes.
Por otro lado, la intensidad del
proceso de reestructuración económica llevado a cabo en la región define nuevos
ganadores y perdedores. De acuerdo a la CEPAL(198), la heterogeneidad
estructural, característica de los sistemas productivos de América Latina, se
ha acentuado con la ampliación de las diferencias de productividad entre las
empresas grandes, líderes de los procesos de modernización y el numeroso y
diverso espectro de unidades rezagadas, que concentran el grueso del empleo;
situación que no solamente sienta las bases materiales de mayores desigualdades
sociales, al acentuar las brechas internas de productividad e ingresos, sino
que también afecta la capacidad de crecimiento, al limitar el enlace entre
diferentes sectores productivos y la difusión del progreso técnico, así como el
efecto de arrastre de las exportaciones.
Para el caso particular de
Centroamérica, Pérez(199) enfatiza en la cuestión laboral manifestando que “la
nueva modernización globalizada implica la permanencia de tendencias de
exclusión laboral, especialmente en su manifestación más explícita como lo es
el desempleo. Esta persistencia es la otra cara de la generación insuficiente
de empleo por parte de las nuevas actividades acumulativas. Pero, a la vez, ha
emergido un nuevo fenómeno de naturaleza altamente paradójica: la migración
transnacional. Por un lado, supone una modalidad de exclusión extrema
conllevando desarraigo territorial. Pero, por otro lado, incorpora plenamente,
aunque de manera penosa, a la fuerza de trabajo al proceso globalizador”.
Elias(200) realiza un profundo
análisis de la temática en los siguientes términos:
Uno. El impacto de la
globalización imperialista en una nueva división internacional del trabajo
"privilegia" a nuestro continente con el papel de proveedor de
materias primas con poco valor agregado, condenándonos al atraso tecnológico y
a la expulsión permanente de fuerza de trabajo.
Asimismo, en un claro proceso de
neocolonización implementado, básicamente, por las empresas transnacionales, se
efectiviza la apropiación de nuestras riquezas naturales, los sectores
económicos estratégicos y los mercados de servicios públicos.
En tercer lugar, la globalización
imperialista amplifica el neoliberalismo como ideología dominante, el cual
mantiene, más allá de discursos encendidos, enormes mecanismo de reproducción.
En la mayor parte de nuestros
países las fronteras económicas han sido desmanteladas, los aparatos de estado
han sido "rebajados" por el Consenso de Washington y las reformas de
segunda generación, los medios de comunicación "reescriben" la
realidad en función de los intereses dominantes y el sistema de educación
reproduce el pensamiento único.
La frutilla "política"
de la torta la constituye la mayor parte de las fuerzas políticas y dirigentes,
incluida la autodenominada izquierda pragmática, que trabajan denodadamente
para evitar que el pueblo asuma la participación efectiva en todos los ámbitos
de la vida pública. Como contrapartida, esos mismos dirigentes, colocan
alfombras para recibir a los héroes modernos, a los nuevos salvadores de
nuestra América: los inversores extranjeros.
Dos. El neoliberalismo incrementó
sustancialmente la brecha tecnológica, financiera y productiva entre los países
centrales y los periféricos, reflejada en la evolución del PBI per cápita de
los principales países industrializados y de las mayores economías de América
Latina.
Si se compara el ingreso por
persona de los seis países industrializados más importantes - Alemania, Canadá,
Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Italia- con el de siete países
latinoamericanos ¬ Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela
¬ en diferentes años se verá que el crecimiento de la brecha es alarmante.
En 1950 el ingreso per cápita de
esos siete países latinoamericanos era el 54% del per cápita de los países
centrales señalados; en 1973 bajó al 42% y en 2004 llegó al 12%. El PBI per
cápita promedio, del año 2004 alcanza a 32.344 dólares para los seis países
industrializados y a sólo 3.839 para las siete mayores economías de
Latinoamérica. Pese a ser el modelo emblemático del neoliberalismo, Chile no
escapa a la misma tendencia, pasando de 60% en 1950, a 37% en 1973, para caer a
15% en 2004. Da vértigo.
Junto con la ampliación de la
brecha económica se produjo un aumento de la pobreza. En América Latina las
personas que viven con menos de dos dólares por día aumentaron 30% en dos
décadas, pasando de 99 millones de personas a 128 millones entre 1981 y 2001,
según el Banco Mundial.
Tres. En América Latina, por
experiencia histórica reiterada, las fuerzas políticas y sociales que cuestionan
y enfrentan al neoliberalismo y al proceso de globalización tienen un marcado
carácter antiestadounidense.
La heterogeneidad política de
América Latina se ha acentuado, hay países que han impulsado programas de
gobierno con diferentes grados de cuestionamiento al neoliberalismo, en tanto
otros, profundizan su integración dependiente al sistema capitalista, mediante
la apertura económica que facilita la expansión capitalista a través de
acuerdos de libre comercio con Estados Unidos (entre otros, México, Colombia,
Perú y Chile). Los que cuestionan al neoliberalismo pretenden recuperar el
control de sus recursos naturales y de los sectores estratégicos de la economía
(fundamentalmente Bolivia, Venezuela y Ecuador).
En un espacio intermedio se
encuentran los países fundadores del Mercosur, aunque existen claras
diferencias entre, por un lado, Brasil, Uruguay y Paraguay que aplican un
programa económico ortodoxo - similar a los que recomendó y recomienda el Fondo
Monetario Internacional - y, por otro lado, Argentina que implementa un modelo
heterodoxo que le ha dado muy buenos resultados: el producto creció a 9%
promedio en los últimos cinco años y las reservas en dólares aumentaron
sustancialmente.
Cuatro. La globalización amplía
los espacios de operación del capital, aumentando los niveles de concentración
y centralización del mismo. Esto provoca que los llamados "capitales
nacionales" pierdan crecientemente ese carácter.
Las burguesías
"nacionales" con cierta fortaleza económica se asocian con el capital
transnacional y, a través de esa alianza, se mimetizan asumiendo la defensa
plena del proceso de globalización y del sistema institucional jurídico,
cultural e ideológico que lo sostiene.
Otros sectores de las burguesías
"nacionales", por múltiples razones, asumen la bandera del
proteccionismo como forma de supervivencia aunque, paralelamente, muchos de
ellos pretenden alcanzar niveles de competitividad internacional a expensas de
los salarios y de las condiciones laborales de los trabajadores.